Lance Armstrong no deja indiferente a nadie, y es difícil opinar sobre él con frialdad, sin irse a los extremos: se le adora o se le odia. Ésa es su mayor virtud, que siempre hablen de él, aunque sea mal.
En 2010 sigue igual, acaparando casi toda la atención atención y los titulares allí donde va. La ronda comienza en Australia, donde ciclismo y política van de la mano.
Ya he dado mi opinión otras veces: el ciclismo debe renovarse y fijarse en cómo otros deportes se “venden”. Será a costa de prácticas de ética discutible pero, de lo contrario, está condenado a la desaparición o, como mínimo, a no tener nunca el protagonismo que algunos le deseamos.
Armstrong no sólo revolucionó el ciclismo con su dominio apabullante - hablo en pasado porque dudo que vuelva por sus fueros, por muy bien que sea capaz de prepararse - sino que está revolucionando la forma de vender el ciclismo. Que Estados Unidos sea una potencia digna de ser tenida en cuenta en el ciclismo del siglo XXI no es algo casual y tiene mucho que ver con Armstrong y quienes le precedieron. Australia también es una potencia en auge, con el vigente campeón del mundo y parece que ambos países han formado una especie de alianza para renovar el ciclismo.
Sobre las malas maneras de Armstrong poco se puede decir: la calidad deportiva y el talento comercial no están necesariamente relacionados con la calidad humana y la educación… :-|
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