Amanece un día tranquilo. Abajo del valle, se ven unos nubarrones, pero no temo mojarme hoy. Yo más bien miro hacia las cumbres, y el cielo despejado me indica que me eche bronceador con brocha gorda: la etapa de hoy será larga, larga, larga... El plan es salir desde Cauterets, a 800 metros de altura, bajar hasta los 570 de Soulom y desde allí, en casi 40 kms, terminar a 2.270 mts de altura en el puerto de Gavarnie-Boucharo.
Comienzo bajando hacia Soulom, que con las nubes citadas, me hace echar de menos los manguitos. Me aguanto un poco, que enseguida entraré en calor. En Pierrefite comienza el tímido ascenso, por la estrecha garganta que bajé el día del Tourmalet, y hasta Luz es un cansino pero suave subir; si quiero mirar la parte alta de las montañas, puede dolerme el cuello.
En Luz St Sauver, el caos de tráfico de siempre. Cuando al fin salgo del pueblo, descubro que son muchos los ciclistas que llevan la misma dirección de las cumbres que yo: es normal, porque desde aquí salen varias etapas con mucho nombre. Me detengo ante el Puente de Napoleón, una joya arquitectónica, un puente inmenso sobre el río que cruza hacia la zona de las termas de Luz. Allí, sobre la barandilla del puente, mirando a unos locos preparándose para hacer puenting, me como un plátano. Reanudo la marcha.
La subida va tomando desniveles más serios. Llego a un pueblo llamado Sia, que tiene, a las afueras, una fuente de dos caños de agua muy fresca. Lleno los bidones. Luego paso por Pragneres y su central eléctrica. Y más adelante, a Gedre. Aquí unas curvas de harradura me ponen ya a más de 1.000 metros de altura, y una bifurcación: a la derecha, Gavarnie; a la izquierda, Troumouse. Hoy me iré para la derecha.
En 8 kms, el paisaje se va abriendo a las altas y peladas cumbres, hasta llegar a Gavarnie. Adelanto a unos ciclistas, tres, que luego coincidiría con ellos en la parte final de la ascensión: son de Salvatierra (Álava). En la plaza de Gavarnie, nada indica hacia dónde debemos seguir. Cuando pasan los vascos, me preguntan a mí, y al ver que eran españoles, les digo: “pues estoy en las mismas que vosotros”. Después de preguntar y no saber, me decido a entrar en la oficina de turismo que hay allí mismo. Es a la derecha.
Es curioso (y supongo que necesario) cómo tratan de cuidar el medio ambiente los franceses, a base de peajes. En Pont de Espagne hay peaje para aparcar, en Troumouse también para subir a la cumbre, y en Gavarnie, todo el casco urbano es un inmenso aparcamiento a 4 euros el vehículo. Eso sí, a cambio de estos tributos al erario municipal, el entorno está limpio, cuidado; incluso, y nos sorprendió gratamente, los lugares más turísticos disponen de baños públicos, gratuitos, bien atendidos y en perfecto estado de uso.
Saludamos a los cobradores-municipales de chaleco amarillo y empezamos a subir.
Desde Gavarnie hay 12 difíciles kilómetros hasta el final del puerto, a la puerta abierta en el cielo justo en la frontera española. Si las autoridades competentes quisieran o pudieran (que no lo tengo claro qué será), y se asfaltara el tramo español, estaríamos ante la carretera que uniría los dos valles más bonitos del Pirineo central: Ordesa y Gavarnie.
Las primeras rampas ya superan el 10%, y el promedio del resto de la subida casi nunca baja del 8%. Además, la sensación de altura se multiplica por el hecho de que la primera parte de la subida, es un trepar por una vertiente montañosa donde las curvas están a modo de escaleras, y sin movernos físicamente del lugar, se va ganando altura curva tras curva. El monumento de Gavarnie, que al entrar en la villa, se ve colgado arriba de un cerro, ahora se ve en lo más hondo de un pozo al que estamos encaramados. Todo cambia cuando llegamos a la estación de sky de Les Especieres, donde un falso llano nos engaña y respiramos hondo, incluso bajamos algún piñón.
Hay que sortear vacas y ovejas como en un slalom, porque campan a sus anchas. Recuerdo que en la bajada, me paré detrás de un coche detenido ante una vaca que se negaba a moverse del medio de la carretera. Tuvo que salir el conductor y empujarla del trasero para que se apartara. Qué se le va a hacer, si allí mandan ellas.
A pocos kilómetros del alto, (creo que si las ovejas caminaran a mi lado, irían más rápidas que yo), se ve el aparcamiento de coches de la cima, pero hay que sufrir para ganarla. En frente, los restos de un pequeño glaciar, bajo los tresmiles que nos rodean. Estamos a más de 2.200 metros de altura, cuando unas rocas marcan el límite que pueden rebasar los coches. Allí, me bajo de la bici, supero estas rocas saltándolas, y continúo hacia la cima, con un kilómetro que desciende al principio y termina subiendo después. De vez en cuando hay que sortear algún desprendimiento de piedras, cuando el cuerpo ya no está para slaloms junto al precipicio. Se termina el asfalto, hemos llegado al cielo, la inmensidad nos rodea.
De los tres vascos con los que empecé la subida, dos han llegado antes que yo. Mientras esperan a su tercer compañero, me hago unas fotos con ellos, que luego me mandarán por correo electrónico. Cambiamos impresiones, y vivimos algo auténticamente heroico. Han sido 38 kms desde Pierrefite, siempre hacia arriba, y más de 1.700 metros de desnivel. Bien se merece todo una mirada fotográfica.
Cuando bajo, con la alegría del objetivo cumplido, es al doler las manos después de media hora frenando cuando veo cuán alto estaba. Algunas curvas son sobrecogedoras, impresionantes. Llego de nuevo a Gavarnie, y sin parar, continúo el descenso, rápido, recordando el sufrimiento agradable de la subida cuando me cruzo con más ciclistas en sentido contrario.
Una vez pasado Luz St. Sauver, elegimos un camping para los próximos días. Es una zona ésta plagada de campings, así que hay mucho donde elegir. Además, es de las poquísimas cosas más baratas que en España. Para una tienda pequeña, dos adultos y un niño, y un coche, he llegado a pagar tan sólo 12 euros, en otros entre 15 y 18, y el más caro 23 euros. Eso sí, son muy curiosos: la mayoría no tienen ningula luz a partir de las 22 horas, con lo cual ir al baño es algo fantasmal, linterna en mano; los baños son letrinas, y el agua caliente está supeditada a que el día haya sido soleado y funcionen los paneles solares de los tejados. Pero claro, son campings simplemente para pasar la noche, el resto del día todos buscamos la montaña y las excursiones. Nosotros no necesitábamos más.
Total del cuarto día: 86,57 kms, a una media de 20,60 km/h y 1.805 metros de desnivel. En el alto de Boucharo, creo recordar que la media era de 13 kms/h.
Después de comer junto a la tienda ya montada, tocaba hacer la excursión vespertina, y como Gavarnie me había impresionado muchísimo, decidimos volver a subirlo pero esta vez en el coche. Allí, a casi 2.300 mts de altura, pasear en familia respirando la inmensidad es un verdadero placer. Desde las rocas que hacen de barrera sobre el asfalto, caminamos los casi dos kilómetros hasta donde termina el puerto, y allí continuamos un poco más imaginando que bajábamos por territorio ya español camino de Bujaruelo. Nos detuvimos a contemplar el horizonte lleno de montañas lejanas, y descubrimos varios vivacs donde los montañeros han pasado noches al raso.
Al terminar el paseo, me hice unas fotos montado en la bici por la cima del puerto, que antes yo solo no pude hacerlas.
Aún quedaba tarde para tomar un café en Gavarnie, (aquí observé en un periódico sobre el mostrador, la foto de Landis celebrando su victoria en Paris: se me había olvidado que existía el Tour); mirar la cascada desde lo lejos, que sería la excursión de otro día con mis mujeres, y bajar hasta el camping donde terminar de disfrutar de un nuevo e intenso día. Tengo que reconocerlo: hoy estoy bastante cansado.