Después de la paliza de subir a Gavarnie-Boucharo, hoy quería hacer algo más tranquilo, aunque nada fácil: subir a Luz-Ardiden. Nada menos que 1.000 metros de desnivel en una de las subidas más famosas y más afamadas del Tour por las victorias españolas en su cima: Perico, Indurain, Laiseka...
Para calentar un poco las piernas antes de empezar la subida, recorro la zona de las termas y el Pont de Napoleón. Eran casi las 10 de la mañana cuando inicié el ascenso. Después de cuatro días seguidos pedalendo cuestas, las piernas empezaban a coger ese puntito de forma en que todo parece más fácil. El ritmo, la cadencia, permite disfrutar aún más si cabe del entorno porque parece que el cuerpo sube sólo, y la mente se dedica más entera a contemplar las maravillas.
Se comienza fuerte el puerto, y en pocos kilómetros las vistas panorámicas de Luz son increíbles. Se pasan dos pueblecillos colgados en la montaña, que en esta ladera del valle recibirán muy pronto los primeros rayos de sol de cada día. Uno de ellos, Grust, me recibe con una rampa al 12% de lo más simpática. Como en todos los puertos de los Hautes Pyrenees, cada kilómetro está señalizado con un detalle exhaustivo de la altura a la que nos encontramos, lo que nos queda hasta arriba, la pendiente media de los siguientes mil metros, la altura de la cima...
Cuando una curva a izquierdas me sitúa en una zona aparentemente más fácil, pueden verse los cinco últimos kilómetros, plagados de curvas de herradura, escalones tallados en la ladera vertical que me llevarán hasta la estación de sky. Impresionante el final, mareado ya de tanta curva, cuando al fin ves el edificio con su grandísimo rótulo de LUZ ARDIDEN, todo el entorno dormido y abandonado esperando las nieves invernales para despertar...
Suben y bajan ciclistas, como una mini-romería, yo me quedo a contemplar todo lo que he subido durante unos instantes mágicos, mientras me avituallo de lo que dispongo por los bolsillos, y también me vuelvo, sin poder imaginarme, en medio del silencio matutino, cómo será un final de etapa del Tour llegando hasta aquí.
El descenso lo hago despacio, paladeando cada curva y cada rincón, como quien se come un helado y no quiere que se acabe... El aire en contra refresca mi cuerpo y la bicicleta parece que baila con cada nueva curva, hasta que regreso a la civilización, a las poblaciones y finalmente, a la llanura de Luz St. Sauver.
En Luz vuelvo a pasear por sus calles, hasta encontrar a mi familia, que hoy están de compras.
Total del quinto día: 37,36 kms, a una media de 16,10 km/h y una altitud de 1.131 metros.
Después de comer, la tarde va a ser muy tranquila, hoy pega el sol de lo lindo, y qué mejor que pasarla en la piscina del camping, que tiene un entretenido tobogán circular por el que mi hija y yo nos tiramos docenas de veces (perdí la cuenta), luego un ratito en el jacuzzi... Cuando caía la tarde, recorrimos a pie la zona del Pont de Napoleón, bajando hasta los pies de la imponente obra, utilizada por escaladores, por los locos del puenting, incluso el río está preparado para ser cruzado por sirgas, cables y tiradores. El paseo terminó con una cervecita con limón en una cafetería parcialmente suspendida en el cortado, sobre el barranco del río.